Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell

«A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!»

Scarlett O’Hara.

¿Qué se puede decir sobre Lo que el viento se llevó, la gran novela de Margaret Mitchell, que no se haya dicho antes? Es un clásico de la literatura norteamericana —o de la literatura, a secas—, obra gloriosa del género romántico, del drama y del melodrama, uno de los mayores best-sellers de la Historia —y uno de los mejor escritos—, del cual se hizo una película que no es simplemente una gran película, sino LA película. Lo que el viento se llevó es una obra imprescindible para todo amante de los buenos libros, a pesar de los prejuicios que se tengan hacia las historias de amor apasionado y romántico. Ese latiguillo de la historia de amor más fascinante jamás contada —u otros por el estilo— puede jugar en su contra debido a la mala prensa del género romántico. Pero es un género que ha dado sin embargo historias notables. La realidad es que no hay géneros buenos ni malos, sólo hay autores buenos y malos. Esta obra es prueba de ello. Pero independientemente de la enrevesada historia de amor que se nos narra, Lo que el viento se llevó es una gran novela histórica que relata con tensión un periodo dramático de la historia norteamericana, en el entorno del sudista estado de Georgia, la convulsión violenta de un país a la que el irónico pero certero Rhett Butler se refiere de este modo: “Siempre es interesante asistir a la caída de una civilización”.

Lo que el viento se llevó

Margaret Mitchell

También es famosa esta obra al haber sido acusada de racista y supremacista blanca. Estas acusaciones de supremacismo blanco son correctas y así ha de ser dicho. Pero también están sujetas a muchos matices que más tarde serán analizados.

Quien no pueda tolerar las ramificaciones sobre el racismo de la novela no debería siquiera acercarse a ella y quizás tampoco le guste este artículo, porque en él se van a analizar sobre todo los aspectos formales literarios en cuanto a personajes, acción, narración, etc… Y cuando se trate dicho tema fatídico, la conclusión no va a ser extrema ni por un lado ni por el otro. En todo caso, toda obra literaria debería tener derecho a ofender y escandalizar, pues el arte en sí mismo puede ser indomable y transgresor, refleja al ser humano no como quisiéramos que fuera, o como debiera ser, sino acorde a la realidad que el autor desea reflejar. Su propia realidad. Es el lector quien debe juzgar la obra literaria por sí mismo, pero sabiendo que se trata no de un programa político ni de un documento pedagógico para enseñarle a ser un buen ciudadano.

Aunque se hayan dicho mil y una cosas sobre Lo que el viento se llevó y poco nuevo se pueda añadir, no está de más volver a hablar de él, porque de los clásicos debe hablarse una vez y otra. La razón por la que son clásicos es que generación tras generación se siguen leyendo, y generación tras generación se sigue hablando de ellos.

De sobras es conocido el argumento, pero por si acaso diremos que la novela nos cuenta la historia de Scarlett O’Hara, protagonista y núcleo de toda la novela, a la que le toca vivir los difíciles tiempos de la Guerra civil norteamericana y su posguerra.

A comienzos de la obra, Scarlett pertenece a una rica y señorial familia y es una joven bonita y caprichosa que vive una existencia idílica de fiestas, coqueteos y jóvenes adoradores que no paran de hacerle la corte. Pero se produce la Guerra civil y Scarlett ve cómo su sociedad ideal va siendo socavada y por fin destruida a medida que los ejércitos del Norte van venciendo a los del Sur, y por fin invaden y destruyen su querido mundo.

Lo que el viento se llevó

«A Dios pongo por testigo…»

Como muchos otros aristócratas sureños, Scarlett en pocos años pasa de la opulencia a la ruina. Vive el miedo constante de la guerra, los horrores del hambre, el dolor de los seres queridos muertos y la degradación de ser dominada por invasores que roban y humillan a los derrotados.

Pero al contrario que sus compatriotas, que sufren la derrota sin resistirse, aturdidos por el golpe y cegados por una dignidad patética y melancólica que se alimenta de un pasado perdido, Scarlett demuestra su fuerza como personaje y lucha contra viento y marea para recuperar lo perdido e incluso convertirse en una mujer con negocios propios, adinerada e independiente, no sólo atacada por los especuladores del Norte, sino por los rígidos y convencionales compatriotas del  Sur.

Al mismo tiempo, y entrelazada con esta lucha contra el destino fatídico de su sociedad, Scarlett es desgarrada por el amor hacia dos hombres de carácter antagónico: el caballeroso, idealizado y romántico Ashley Wilkes, y el sarcástico, cruel, astuto y bárbaro Rhett Butler.

Lo que el viento se llevó

Rhett Butler (Clark Gable)

Lo primero que sorprende al lector es la arrolladora calidad literaria de Lo que el viento se llevó. Mitchell maneja a la perfección los tiempos, el ritmo y el equilibrio entre narración y descripción. Su vocabulario es rico y elegante, pero sin caer en la ampulosidad ni la pedantería, consiguiendo que el estilo, aún siendo notable, esté siempre al servicio de la narración y no al contrario.

En Lo que el viento se llevó se entremezclan descripciones costumbristas, la épica de la guerra, la trama romántica y otros registros, ambientes y atmósferas, de una manera fluida, sin sobresaltos ni a trompicones, manteniendo siempre un cómodo discurrir. La narración puede encresparse en picos de tensión y dramatismo, y sosegarse en los necesarios valles de transición.

Lo que el viento se llevó parece de cabo a rabo una obra «redonda». El lector no va a notar en ningún momento que a la autora se le «escape de las manos», sino más bien al contrario: la narración es vigorosa y fuerte, sólida como una montaña, y al mismo tiempo elegante. Los acontecimientos y la forma en que se suceden consiguen retener la atención del lector. De tal modo, no es un mamotreto pesado, sino una obra entretenida, en ocasiones adictiva.

Una fortísima labor de documentación logra la verosimilitud de lo narrado. La guerra no sólo se nos presenta en el ámbito reducido de la pequeña sociedad de las mansiones agrícolas y la ciudad de Atlanta —principales escenarios de la Lo que el viento se llevó—, sino que se describen también los grandes movimientos de la contienda, el devenir de las batallas y las grandes decisiones militares y políticas.

La verosimilitud está en la descripción detallada no solo del vestuario, la arquitectura y otros aspectos materiales, sino también en las tradiciones, costumbres y formas de pensar no solo de los sudistas, sino también de los federados. Las descripciones sociales no son todo lo objetivas que cabría desear, pero sí son verosímiles desde el enfoque sudista que lo impregna todo.

Los personajes están bien diseñados, del primero al último, tanto secundarios como principales, y aunque la historia se condensa en el triángulo amoroso Scarlett-Rhett-Ashley, en realidad Ashley Wilkes no tiene tanto peso dramático como Scarlett O’Hara y Rhett Butler. Estos dos cobran una presencia tan fuerte que parecen incluso «salirse» de cada página, igual que en la película Vivien Leigh y Clark Gable también lo acaparan todo con su carisma. Incluso la inocente y bondadosa Melanie Wilkes tiene más peso que su marido, y también lo tienen algunos secundarios, como la famosa aya negra Mamita, o Gerald O’Hara.

Es notable la transformación o evolución que los personajes van sufriendo. Aunque no se trata de un libro escrito en primera persona, el narrador lo cuenta todo a través de los ojos y pensamientos de Scarlett O’Hara, así que la personalidad imperante es la suya. Asistimos «en primera fila» a la larga serie de desgracias materiales y personales que sufre y a su lucha inflexible contra el hambre y la pobreza. El personaje va cambiando de caprichosa niña mimada a una fría mujer de negocios capaz de engañar, estafar, mentir o de reventar a sus trabajadores para conseguir un simple dólar más.

Scarlett O’Hara (Vivien Leigh)

Sin embargo, aunque se va endureciendo en todos los sentidos, en el fondo es una mujer apasionada que ama con locura al marido de su mejor «amiga». Así pues, lleva una doble vida en cuanto a sus emociones: la pública e hipócrita y la íntima y apasionada. Los mejores personajes deben ser polifacéticos y complejos y ella cumple este axioma. Es una mujer práctica y disciplinada en su lucha materialista por la supervivencia, pero irracional y hasta neurótica en cuanto a sus sentimientos, contra los que no puede luchar aunque la lleven a la perdición.

El otro gran protagonista, Rhett Butler, es un canalla redomado y sin embargo simpático para el lector, porque representa la honestidad pura del bandido, sin las trabas de una falsa moralidad que se nos antoja no sólo inútil, sino además estúpida. Butler va detrás de Scarlett al parecer por simple lujuria, pero pronto el lector comprende que él está enamorado de ella, por mucho que la hiera con sus bromas crueles. El lector también sabe que deben acabar juntos de un modo u otro porque son los dos en el fondo seres salvajes, carentes de todo escrúpulo ético y moral, a los que solo les interesa satisfacer sus necesidades, pasando por encima de cualquiera.

Resulta interesante que si bien en la mayoría de las historias los protagonistas sean «buenos» —o al menos lo sea uno—, en este caso los dos protagonistas son «malvados», sujetos reprobables, mentirosos y profundamente egoístas. Y al mismo tiempo son fuertes, desprecian a los débiles y los utilizan sin compasión. Pero gracias al talento de la autora, el lector no puede dejar de empatizar e incluso encariñarse de ellos. El lector pronto esperará con avidez cada una de las espectaculares apariciones de Rhett Butler. Y también este personaje sufrirá su necesaria evolución, y descubriremos muchas facetas ocultas de su carácter.

Pero no menos notoria es la transformación de la sociedad sudista, de su élite aristocrática. De llevar vestidos costosos y vivir en mansiones suntuosas, sus integrantes al final visten harapos remendados y habitan cuchitriles mugrientos. Este cambio dramático da mucho jugo literario y la autora lo aprovecha, con descripciones de pobreza y sin embargo de dignidad y orgullo, que recuerdan a Dickens.

La sociedad sudista es un personaje en sí mismo, reflejado en decenas de personas y caracteres, un personaje al principio arrogante y jactancioso, después vencido, derrotado y golpeado, que no agacha la cabeza y lleva su miseria con una altivez trágica y patética.

El mayor —invencible para algunos— escollo de Lo que el viento se llevó es su incorrección política. Margaret Mitchell escribió su novela durante los años treinta del siglo XX, vivía en el Sur, era aficionada a la historia de su tierra y sin duda había escuchado los relatos de abuelos y tatarabuelos, de los ancianos que podían recordar aquellos tiempos aciagos de la Guerra civil y la posguerra. Estamos ante una visión no objetiva, sino parcial.

Esto no quiere decir que la obra no sea inverosímil, sino sesgada hacia la visión de uno de los dos bandos. Esta parcialidad viene dada por la defensa sin ambages de la idílica sociedad sudista de preguerra.

Lo más hiriente e incomprensible en estos tiempos modernos es su adhesión al sistema esclavista, al que dota de todo tipo de bondades, no sólo para los blancos —cosa lógica—, sino para los esclavos negros. El texto da a entender que no había palizas ni malos tratos, así como tampoco intentos de huida, y  que los esclavos eran tratados todos con excelente consideración. Ya sabemos que la historia la escriben los vencedores y por tanto es posible que los relatos sobre la crueldad con los negros hayan sido exagerados por los norteños, pero resulta imposible creer que todo fuese tan perfecto en los tiempos de preguerra. El trato vejatorio y encarnizado hacia los esclavos ha sido un común denominador en todas las sociedades esclavistas de la historia, y esta no podía ser la excepción. La autora o no conoce o prefiere no conocer, o señalar, la coerción brutal necesaria que un sistema social debe ejercer sobre todo un sector humano para convertirlo en población esclava, y sometida.

Mitchell llega a reflejar en su Lo que el viento se llevó que los negros vivían mucho mejor como esclavos que libres, los trata como seres inferiores, torpes y vagos, que deben estar siempre al cuidado de sus amos blancos porque no se saben dirigir ni gobernar por sí mismos. Por boca de Scarlett O’Hara proclama que es una auténtica locura que los norteños quieran dejarles votar. Esto difícilmente puede ser tragado y digerido hoy en día y por ello la novela, que literariamente es una maravilla, ideológicamente tiene socavones profundos.

Melanie Wilkes (Olivia de Havilland) y Ashley Wilkes (Leslie Howard)

Pero también hay que tener en cuenta varias cosas. La visión de los negros de Mitchell no es del todo mala y puede resultar incluso ambigua, porque en Lo que el viento se llevó muchos de ellos se comportan con una fidelidad y honestidad mayor que la de muchos blancos —por supuesto, son mejores que los norteños—. También sorprende que en la rancia sociedad sudista la aya negra Mamita vaya dándole órdenes a los blancos con severidad y nadie pueda callarla, siendo a veces quien realmente manda en la mansión. También choca que Scarlett sea salvada por uno de sus siervos negros con gran heroísmo, y que la categoría moral de los esclavos negros sea en general muy alta. Por tanto, aunque se trata de un supremacismo blanco, en él impera el paternalismo, no el odio ni la repugnancia.

Por ejemplo, Scarlett y sus familiares sienten un cariño genuino por sus sirvientes y tratan de protegerlos. Es memorable el pasaje en el que, tras la derrota sudista, unas damas del norte se rían y se burlen en público de un siervo negro de Scarlett, lo cual provoca la ira de la propia Scarlett, ya que ella jamás humillaría de tal modo a alguien de su casa, aunque fuera su criado. Así se demuestra que, por mucho que desearan la liberación de los negros, en los Estados del Norte también había racismo, un racismo no teñido por la proximidad en las relaciones de dominancia y servidumbre del Sur. Al no haber vivido nunca los blancos del Norte junto a los negros, ven a estos casi como a animales raros y grotescos, cosa que despierta la furia de Scarlett, para quienes los negros fueron siempre miembros de su familia, no con plenos derechos, pero miembros al fin y al cabo, como podrían serlo unos niños.

También sorprende que la propia Scarlett explote y maltrate sin piedad a presos forzados blancos que trabajan en su serrería, pero nunca maltrate ni humille a un solo negro a su cargo.

Esta delicadeza no parece forzada por el deseo de agradar al lector, porque sus opiniones ideológicas son claras y contundentes. Tampoco resulta creíble que todos los sudistas, ni siquiera la mitad, albergaran esos buenos sentimientos hacia sus esclavos. Pero al menos en el caso de la autora, todo  lleva a pensar que ella sí tenía consideración por las gentes de color, tal vez considerándolos inferiores, cierto, pero no seres sin alma ni mucho menos personas indignas a las que maltratar.

En contraste con los sureños, los norteños en Lo que el viento se llevó solo quieren a los negros para usarlos en sus artimañas electorales, y después los desprecian sin más. Es por tanto un racismo hipócrita y mentiroso que promete igualdades a los negros para luego timarlos y hasta reírse de ellos. En cambio, el racismo de Scarlett y los suyos se presenta al menos con honestidad, pues nunca manipulará a sus sirvientes de ninguno de esos modos.

Lo más increíble, para nuestra forma de ver las cosas, es la justificación del famoso Ku Klux Klan. Según la novela, esta organización se creó para defender de los ataques de bandidos y violadores a las gentes indefensas del Sur en la posguerra. El Klan mucho tiempo después cometió todo tipo de injusticias, pero se nos dice que tal vez en la época de la novela sí tuvo su razón de ser.

Todo esto no puede justificar un sistema esclavista que debía ser abolido, pero sí hacernos comprender que, como siempre ocurre en la sociedad y las relaciones humanas, hay grises y matices que deben ser considerados.

Mamita (Hattie McDaniel) y Rhett Butler

En lo que sí acierta por completo es en señalar el brutal expolio que sufrió el Sur a manos de un Norte ávido y revanchista. Esto forma parte de la historia y no es opinable: sobre el Sur cayó una invasión de especuladores que arrebataron casi todo lo que tenían a unas familias empobrecidas, en las que además habían muerto al menos la mitad de los varones durante la guerra, incapaces de defenderse, arrinconadas cada vez más por unos legisladores del Norte a los que no les interesaba confraternizar ni cerrar heridas, sino hacer dinero rápido y fácil.

En este marco, Scarlett O’Hara debe pelear sin descanso, sabiendo que el árbitro no va a ser justo y que pueden quitárselo todo cuando se le antoje a los vencedores. Aún así, vuelve a levantarse una y otra vez, invencible y enérgica, inasequible al desaliento.

En Lo que el viento se llevó, la ambigüedad sobre las supuestas excelencias de la sociedad sudista también está en sus costumbres y tradiciones. Aunque caballerosos y valientes, los sudistas tienen una mentalidad muy cerrada. Están ciegos ante la realidad y son incapaces de adaptarse a los cambios. Muestran una estrechez cómica en todo lo concerniente al sexo y marcan una posición rígida para la mujer, a la que se considera  una criatura ingenua y boba que debe ser idolatrada por su belleza y protegida de todo peligro. Por supuesto, a esta criatura sublime no se le debe permitir ya no trabajar, sino ni siquiera ocuparse de la contabilidad de un negocio, o simplemente hablar de política.

Por supuesto, Scarlett llevará a cabo una lucha implacable hasta volver a ser rica. Pondrá en práctica cualquier estratagema necesaria para lograrlo y hará saltar por los aires todos estos convencionalismos, convirtiéndose en un escándalo para sus compatriotas.

El éxito de la novela Lo que el viento se llevó fue arrollador, sus ventas abrumadoras y la adaptación a la gran pantalla no se hizo esperar. Comentar la película nos llevaría un texto igual de largo que este, tal vez más. Todo amante del cine debe verla y cabe recordar que suele estar a la cabeza de las listas de mejores películas de la Historia No pocos la consideran incluso la mejor película de todos los tiempos.

Como adaptación cinematográfica, Lo que el viento se llevó es honesta y se han suprimido o cambiado pocas cosas, todas ellas sin una repercusión fuerte en la historia, que en las líneas generales y también en las particulares se mantiene fiel a la narración original, a su espíritu y su tono.

Vivien Leigh y Clark Gable parecen haber nacido para interpretar a la pareja protagonista y tenemos a una magnífica Olivia de Havilland como Melanie Wilkes. Pero Leslie Howard no parece tan perfecto en su papel de Ashley Wilkes.

Hoy ya no se pueden encontrar libros como Lo que el viento se llevó, ni mucho menos best-sellers como este, tan polémicos y tan sinceros —incluso aunque puedan estar ideológicamente equivocados—, tan bien escritos, capaces de entretener y de suscitar emociones, libros que no sólo quieren hacer buenas ventas a la mayor rapidez posible, sino hechos con un cuidado artesanal, con la vocación de ser más grandes que la vida misma.

Utilizando el título, y dentro del panorama literario, tal vez este tipo de libros sean una parte de Lo que el viento se llevó.

Andrés Díaz Sánchez

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