Ausencia de conducta

Ausencia de conducta, de Daniel Aragonés

Título: Ausencia de conducta.
Autor: Daniel Aragonés.

En este blog ya se habló de otro libro de Daniel Aragonés: Basura no compartida (podéis leer la reseña aquí), una obra sangrienta, violenta, disparatada (aunque coherente en su propia locura), adictiva y sobre todo bien escrita. Hoy vamos a ocuparnos de otra novela del mismo autor: Ausencia de conducta, en la cual aparecen de nuevo los ambientes sórdidos y tenebrosos del submundo criminal madrileño. En Ausencia de conducta hallaremos también policías corruptos, narcotraficantes, yonquis, borrachos, mucho alcohol, mucha droga, mucha sangre y mucha mala uva. Y también encontraremos esa magnífica prosa de la que suele hacer gala Daniel Aragonés, siempre al servicio de una historia amarga y brutal que no da tregua al lector y que resulta adictiva desde la primera a la última página.

El argumento gira en torno a la búsqueda de una botella de whisky de tal antigüedad que es por sí misma un objeto de inmenso valor económico. Esta carísima antigüedad pasa de mano en mano entre mafiosos y criminales de muy distinta clase y jaez, es robada, perdida, encontrada, perdida de nuevo, reencontrada, y provocará una cadena de engaños, traiciones, muertes, violencia y todo tipo de escenas salvajes, algunas dotadas de un humor negro muy del estilo Daniel Aragonés.

Aunque hay muchos puntos en común con Basura no compartida tanto en ambientes, estética y estilo, en Ausencia de conducta hay menos violencia, visceralidad y salvajismo (lo cual no quiere decir que no haya, ojo). En Ausencia de conducta hay más reposo y menos espontaneidad y la trama está más trabajada. No tenemos solo una ensalada de delincuentes enloquecidos, sino una historia bien planificada en todas sus fases. La propia narración al principio parece un poco confusa y caótica, pero pronto se va desentrañando y explicando, y lo que estaba lleno de sombras se va iluminando. Es por tanto no solo una novela criminal de acción, sino también de resolución de problemas y misterios.

Daniel Aragonés vuelve a contarnos la historia no en una sola línea temporal, sino dislocando el tiempo de los hechos narrativos, que fluyen en dos líneas temporales: una perteneciente al pasado y otra al presente. Se van intercalando los capítulos de una y otra y, lógicamente, la línea temporal del pasado va desvelando al lector las claves para comprender los misterios de la del presente. Al final todo queda resuelto y las piezas encajan de manera coherente y sólida.

Tenemos una galería de personajes caóticos, salvajes y bastante irracionales. Pero su comportamiento enloquecido es lo cotidiano en un mundo, o submundo, donde no hay contención, donde las drogas, el alcohol, el asesinato, el robo y la sangre no son cosa rara, sino algo tan normal y evidente que la anormalidad es la normalidad.

 

Daniel Aragonés

 

Esto entronca con algo muy propio y tradicional de una gran corriente literaria española: el tremendismo. La exhibición de lo visceral y lo grotesco no es solo un recurso para dar énfasis a un punto u otro del texto, sino que proporcionan la tónica y el tono del texto en su conjunto, de principio a fin.

Aunque por la obra merodean y deambulan muchos personajes, todos interesantes  por esa perfecta y evidente anormalidad, dos son los personajes principales, los extremos que sustentan la narración: el policía Daniel y el asesino Simón. Casi no llegan a encontrarse, pero pronto ganan peso y destacan sobre el resto.

Así visto, podría parecer que esta polaridad encierra un enfrentamiento maniqueo entre el Bien y el Mal: ley contra  crimen y héroe contra villano. Pero no es así porque Daniel es un policía corrupto que no puede ser tildado de bueno, y algunos de sus procedimientos éticamente dejan mucho que desear. Más bien, los dos son depredadores, cazadores en un ecosistema implacable donde la justicia y la verdad importan poco. Solo importan los resultados, principalmente económicos.

Daniel y Simón son seres solitarios y por elección personal. O más que solitarios, son asociales. Desprecian a la mayor parte de la gente con la que tratan y a su vez pocos les pueden aguantar su carácter hosco y esquinado. Pero son fuertes y se hacen respetar en un mundo de tiburones que engullen de un bocado a los peces débiles. Tienen su propio código de conducta y, aunque corruptos y violentos, pueden mostrar ramalazos de bondad y piedad.

Por otro lado, hay un personaje o metapersonaje que flota sobre todos los demás y los impregna. Ese súper personaje es el propio Sistema (utilizo las mayúsculas para darle vida y entidad propias). Se alude muchas veces en la obra a la brutalidad del Sistema (sistema económico, social, político…, todos en uno), a su capacidad de alienar y despersonalizar a las gentes, de arrebatarles todo lo bueno que pueda haber en ellos y dejar como resultado unos humanos míseros y disminuidos.

El Sistema es, en esta obra y también en Basura no compartida, una especie de monstruo titánico y gigantesco que actúa sobre todos los personajes y que define sus actos, pensamientos y emociones. Cabe una interpretación casi teológica: el Sistema es un dios, el dios de la novela, que envuelve y domina a todos los personajes. El Sistema es todopoderoso, no se puede escapar de él y no es una entidad bondadosa, sino maligna y hambrienta.

Sin embargo, también cabe preguntarse aquí si el Sistema es realmente culpable de algo, ya que no se ha formado él a sí mismo de manera espontánea, sino que lo han creado los propios seres humanos que lo sufren, y además siguen recreándolo diariamente. Así pues, la propia responsabilidad del sufrimiento quizás no lo tenga ningún Sistema, sino los hombres que le dan forma y sustancia. Y por otro lado, ¿es posible que los hombres cambien el Sistema, o simplemente el Sistema es una consecuencia inevitable del ser de los humanos? ¿Pueden los hombres cambiarse a sí mismos para ser otra cosa distinta de lo que ahora son? Quizás los propios seres humanos son quienes se alienan a sí mismos, de manera directa o indirecta. Y tal vez sea imposible que ocurra de otro modo. O no.

Daniel Aragonés no plantea estos interrogantes de manera abierta, pero el lector sensible que sabe leer entre líneas tal vez sí los encuentre.

Por último, queda por señalar el estilo narrativo: Daniel Aragonés tiene un puño de hierro que puede noquear cuando le da la gana al lector, ya que es intenso de principio a fin, y sobre todo adictivo. Y al mismo tiempo, toda la obra tiene un aire muy literario, teñido de oscuridad y suciedad, que a veces emerge en párrafos de prosa poética.

Ausencia de conducta es, pues, una obra brillante, tremendista, adictiva, un carrusel salvaje que impone al lector atarse bien el cinturón de seguridad antes de subir al vagón.

Puedes comprar el libro aquí.

Andrés Díaz Sánchez

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